APRENDER A SER MASÓN

Debemos entender que conocer no es lo mismo que aprender. El conocer forma parte del mundo contemplativo, pero no necesariamente implica un saber. "Todos los hombres desean naturalmente saber", sostiene Aristóteles en su Metafísica. El verbo que habitualmente se traduce por "desear" significa en griego apetecer. Es decir, gustar, como meta final de una cierta tentación. Si se habla de apetecer un saber es porque este saber no pertenece sólo a ese ámbito que será llamado después "contemplativo", sino que es un alimento necesario para vivir. El otro término que merece atención es naturalmente. En griego, Aristóteles usa en realidad el caso dativo de la palabra Physis; otra traducción posible hubiera sido "por naturaleza". Vale decir que el ser humano, en tanto ser, por naturaleza le apetece saber. Ese saber se halla determinado en base al conocimiento logrado y su aplicación en el terreno. Del saber al aprender queda un paso, la vivencia.

Ingresar a la Masonería no garantiza el desarrollo sus cualidades en la persona que se afilia. Existen muchos hermanos que están en la Masonería, pero sus comportamientos quedan lejos de ser originalmente masónicos.

¿Por qué ingresar a la Masonería no garantiza el desarrollo de su carácter?

 Con una vista en lo superficial esta organización es idéntica a otras, donde la membresía se define por un ingreso, pero este ingreso no significa una iniciación. El ingreso es un acto formal de apertura fraternal y condición legal. La iniciación es una cualidad esotérica, propia de la Masonería. Un proceso vital que requiere una transformación gradual, una evolución, teniendo por metodología la teoría esotérica de la Organización.

También existen muchas personas que ingresan a la Hermandad y se sumergen en la profundidad de los libros en busca del anhelado “secreto masónico”, buscan conocer pretendiendo que la cualidad masónica se halla en la acumulación del conocimiento; nada más lejos, pues justamente el esoterismo es una tecnología, ciencia aplicada, para el logro de un fin, en este caso particular, ser masón.

 Debemos entender que conocer no es lo mismo que aprender. El conocer forma parte del mundo contemplativo, pero no necesariamente implica un saber. “Todos los hombres desean naturalmente saber”, sostiene Aristóteles en su Metafísica. El verbo que habitualmente se traduce por “desear” significa en griego apetecer. Es decir, gustar, como meta final de una cierta tentación. Si se habla de apetecer un saber es porque este saber no pertenece sólo a ese ámbito que será llamado después “contemplativo”, sino que es un alimento necesario para vivir. El otro término que merece atención es naturalmente. En griego, Aristóteles usa en realidad el caso dativo de la palabra Physis; otra traducción posible hubiera sido “por naturaleza”. Vale decir que el ser humano, en tanto ser, por naturaleza le apetece saber. Ese saber se halla determinado en base al conocimiento logrado y su aplicación en el terreno. Del saber al aprender queda un paso, la vivencia.

La vivencia del conocimiento es el modo de vida del Masón. Más que una acumulación de conocimientos, un uso inteligente de ellos en el cotidiano vivir. Pero para aprender es necesario aprender a aprender. Esta definición circular implica que la persona que ingresa debe estar abierta a una transformación personal, puesto que la misión principal de la Masonería es enseñar la ley de la evolución.

Todo en ella gira en torno a un progreso gradual de la oscuridad a la luz. Sus ceremonias se caracterizan por viajes circulares, indicando ciclos evolutivos de Occidente a Oriente, o sea de la oscuridad a la luz. Cuando esta actitud se impone a la formal membrecía, cuando se sueltan los supuestos, dogmas y prejuicios, el hermano está camino a ser masón, caso contrario no encontrará diferencia con otra organización social y terminará por ser cualquier cosa, menos un masón.

Christian Gadea

Filósofo. Profesor investigador de Teoría Política. Paraguay.

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